En el origen, la protesta de los jóvenes españoles a fines de la década pasada, la crisis económica europea de la que España, y otros países mediterráneos, no terminan de recuperarse. De allí surgieron dos formaciones políticas contrapuestas, los neoconservadors Ciudadanos y los progresistas de Podemos. Pero también había lugar para otras formaciones novedosas. El curador Gerardo Silva Campanella, por caso, vio la necesidad de traer al arte para “compartir inquietudes, vivencias y deseos de una generación de jóvenes atravesada por eso que se ha convenido en llamar crisis; sentimientos y experiencias materializados en discurso político a través de la obra artística de jóvenes comprometidos con su presente”.

Originalmente, la colectiva Esperando a Thoreau, expresiones desobedientes se montó en Madrid en 2016 y reunía a ocho artistas locales. Abel Azcona, DosJotas, Marco Godoy, Núria Güell, Cristina Llanos, Daniel Mayrit, Daniela Ortiz y Beatriz Sánchez. Luego pasó a capitales de nuestro continente: Tegucigalpa, Santo Domingo, Asunción. Ahora, en Montevideo, suma artistas locales: Luciana Damiani y Fernando Foglino.

“En un principio no aspiraba a que la exposición viajase tanto. Eso vino luego, cuando la AECID la eligió para itinerar por la red de Centros Culturales de España en el exterior. Uruguay es el primer país donde sumamos artistas locales a la muestra. Pensamos que sería muy interesante poner a dialogar obras de artistas del contexto español y uruguayo, precisamente para observar diferencias y similitudes, en su discurso, en sus preocupaciones sociales, políticas y culturales. Pienso que la actitud ‘desobediente’ existe en todos aquellos lugares en donde hay artistas inconformistas, críticos con su entorno social, comprometidos con la transformación”, dice Silva, quien estuvo en Montevideo para la apertura de la muestra y para participar en un debate inaugural.

Antes, en el catálogo, Silva afirmaba que “el movimiento 15M puso en jaque al Estado durante semanas en un ejercicio de desobediencia civil, social y creativa sin precedentes en España. Esta exposición recupera el espíritu contestatario que albergaron las plazas de mayo, inspirada en la figura del filósofo Henry David Thoreau, referente universal para los desobedientes, y presenta una selección del trabajo artístico de una generación de jóvenes comprometidos, que indaga en las relaciones conflictivas entre los individuos, la sociedad, las instituciones y el Estado”. ¿Hay algún conflicto entre la visión de la protesta del estadounidense Thoreau (1817-1862) y sus posturas favorables al individualismo radical?

“No pienso que Thoreau fuese defensor de un individualismo radical. Muy al contrario, sus escritos revelan una honda preocupación por el tipo de sociedad en la que vivía, la que estaba por venir, y su compromiso por cambiarla. Defendía la conciencia crítica del individuo, por encima de las masas o las imposiciones institucionales, que no está reñida en absoluto con una actitud generosa hacia el prójimo. Su lucha contra la esclavitud o el imperialismo estadounidense, su ejemplo desobediente, son un referente para los derechos humanos. El arte, como forma de expresión, como espacio de investigación y reflexión, puede canalizar la desobediencia, la protesta, y sobre todo construir un nuevo sentido común alternativo en la cultura; pero precisamente, como poderoso canal de comunicación, también puede servir a otros intereses, con la promoción de peligrosos valores morales”, opina Silva.

La muestra estará en el Centro Cultural de España (Rincón 629, Ciudad Vieja) hasta el 15 de setiembre. Allí se pueden ver trabajos como Enterrados, de Abel Azcona, que documentó la perfomance colectiva que dirigió en 2015 en la plaza de Pamplona para reivindicar la memoria de los caídos en la Guerra Civil Española, o como Reclamar el eco (de Marco Godoy), un trabajo sonoro con las consignas que lanzaban los manifestantes del 15M. También hay piezas inquietantes, como la investigación You Haven’t Seen Their Faces, en la que Danile Mayrit utiliza el formato de los registros de videovigilancia para seguir a actores del circuito financiero londinense, supuestamente “anónimos”.