Carlos Saura, in memorian

El reciente fallecimiento de Carlos Saura ha vuelto a colocar en el tapete a uno de los más importantes realizadores del cine español. Y justifica este ciclo recordatorio, inevitablemente incompleto.
Durante el período franquista, Carlos Saura fue acaso el más representativo de los cineastas “resistentes”, un opositor al régimen que al mismo tiempo se convirtió en una estrella de festivales y un individuo cubierto de elogios críticos. Desde su debut en el largo (Los golfos, 1958), su mayor empeño creativo se volcó hacia la exploración en clave metafórica de una sociedad represiva y autoritaria, lo cual lo obligó, como a otros coetáneos (el parco Víctor Erice puede ser otro, y superior, ejemplo) a pulir un estilo donde la alusión indirecta, la metáfora, la elipsis, constituían recursos fundamentales. En la superficie, una película como La caza es el relato naturalista de un grupo de amigos que se reúnen para una cacería, y allí surgen tensiones y violencias. Pero el lugar donde transcurre la acción fue un campo de batalla en la guerra civil, las buenas relaciones entre los personajes son solo superficiales, y bajo esa superficie bullen odios, frustraciones, rivalidades que a cierta altura conducen a una tragedia. Saura puliría ese estilo elíptico en películas que hizo después. El psicodrama que los personajes de El jardín de las delicias (1970) construyen en torno a un pariente amnésico para hacerle recordar el número de la cuenta en un banco suizo donde se guarda la fortuna familiar es una obvia metáfora de una sociedad donde hay cosas que no funcionan, y la guerra civil vuelve a surgir como un componente del pasado que condiciona el presente. Es más nítida la idea central de La prima Angélica (película que generó algún conflicto con la censura en 1970), donde un personaje regresa imaginariamente con su aspecto adulto a los tiempos bélicos de su niñez. Los contrastes de autoritarismo y liberación de Cría cuervos fueron filmados, muy significativamente, en 1975, en el año de la muerte de Franco.

Esa muerte y la apertura política que la siguió generaron algunos desconciertos creativos. La recuperación de la libertad de expresión hacía innecesaria la metáfora, y la desaparición de la dictadura volvía menos urgente su crítica. No en vano Saura se orientó en otras direcciones: el lirismo más universalista de Elisa vida mía, el retorno al naturalismo inicial de Los golfos en Deprisa deprisa, la complicidad con Antonio Gades en una serie de traslaciones del universo de la danza al cine, que luego el cineasta prolongaría con una serie de películas donde el registro casi antropológico de determinadas formas musicales (del flamenco al tango) jugaría un papel fundamental. Este ciclo reúne varias de sus culminaciones.

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