Durante generaciones, la familia Solé, cultiva una gran extensión de melocotoneros en Alcarrás, una pequeña localidad rural de Cataluña. Pero este verano, después de ochenta años cultivando la misma tierra, puede que sea su última cosecha.
Cinematográficamente, la película tiene un estilo muy definido que se asemeja a la narración clásica: un cine contemplativo, retrato realista de situaciones, muchas veces guionizadas sobre la marcha para dar mayor veracidad a los personajes y a lo que viven. Carla Simón ya lo ensayó con gran éxito con Estiu 1993 y ahora repite la fórmula. Su mirada es de una honestidad abrumadora. Como lo ha dicho ella misma se trata de acercarse a la verdad de lo que está contando. La simplicidad de las anécdotas, de los diálogos, tiene la medida justa para no perder el hilo ni de la ficción ni de la realidad. Un camino muy estrecho y muy bien trazado.
Pero hay algo que diferencia el cine de Simón: el camino a un propósito, la estructura narrativa y lo que consigue con ella. Al final resulta tan sencillo que no parece posible que resulte tan original. No se trata de otra cosa que de construir ladrillo a ladrillo una emoción. Toda la película es la preparación para un momento, en el cual la empatía con los personajes ya es tal, que la película golpea con una fuerza inesperada. Y lo más excepcional, golpea desde la verdad de lo que se expone, desde el drama que es el propósito mismo de la película. Nadie hace eso en el cine de una manera tan nítida, tan limpia, tan transparente y efectiva como Carla Simón, nadie consigue situar al espectador tan adentro de los personajes. El cine como camino para llegar a la emoción, como cuadro que cuenta una historia en 120 minutos. Alcarrás es el ejemplo más reciente de lo que significa el cine entendido como obra de arte. No hay nada más universal que eso.
De ahí los destellos de autenticidad de una película con la que resulta prácticamente imposible no sentirse identificado. Porque más allá del trasfondo social, el mérito de la propuesta de Simón recae nuevamente en los lazos familiares, en esa recreación cotidiana de tres generaciones. Las cabañas con contraseña que construyen la pequeña Iris y sus primos conviven con las coreografías de su hermana adolescente y las conversaciones sobre las diferentes maneras de cocinar una receta de las abuelas. Todos conviviendo bajo un mismo techo con diferentes actitudes ante el inminente cambio que supondrá la venta de sus tierras. Oso de Oro en Berlín 2022.