Si la Revolución Rusa de 1917 determinó el rumbo geopolítico del siglo XX, y las revoluciones de Mayo de 1968 –que no sólo se dieron en Francia, ni en mayo– gestaron nuevos procesos sociales en contra de los excesos del poder, hoy sus caudales de enseñanzas y experiencias ofrecen múltiples coordenadas para pensar el presente.
A 100 años de la revolución de 1917, y a 50 del Mayo del 68, en 2017 el Círculo de Bellas Artes de Madrid inauguró un proyecto llamado El gran río, que se propuso trazar una intervención cultural colectiva para pensar el conflicto por medio de cuatro formas: la rebeldía, la resistencia, la revolución y la revuelta. Como se trata de un elemento central de la historia de la humanidad, consideraron que esta propuesta habilitaba a la reflexión a través del tiempo, la cultura, la historia y la política, siempre con el conflicto como centro. Por eso, El gran río incluye un trabajo audiovisual, un catálogo con las referencias y una serie de ensayos, y una exposición de fotos y relatos que, a su vez, se convierte en una antología de textos clásicos de distintas épocas y géneros, impulsados por el español Juan Barja, director del centro, y curada por los docentes David Sánchez Usanos y Lucía Jalón.
Así, este proyecto expositivo que se puede visitar en el Centro Cultural de España se propuso reflexionar sobre el conflicto y la revolución, discutir e interrelacionar las revoluciones a lo largo de la historia, “buscar las motivaciones que desembocan en formas de resistencia y sus consecuencias, y desentrañar rebeldías pasadas y presentes”.
En una rápida visita, Barja –que además de dirigir el Círculo de Bellas Artes de Madrid es poeta y ensayista– contó a la diaria que, para ellos, la palabra a destacar en este momento no era revolución, sino conflicto, y, dentro de este concepto, fueron surgiendo las cuatro secciones: plantea que la resistencia puede ser individual o colectiva, y la puede ejercer un grupo de mujeres en una sociedad determinada, o un grupo de inmigrantes que intenta llegar a España; y supone que la revolución es una rebelión “con un programa político de cambio. Es algo más moderno, y se discute mucho si nace en torno a la Revolución francesa o la Revolución inglesa”.
Durante los dos años y medio que implicó el proceso de El gran río, cuenta, llegaron a la idea de que no debían falsificar los hechos, pero tampoco “valorarlos o juzgarlos históricamente. No se puede juzgar una revolución 60 u 80 años después, y menos en siete minutos; sería algo ridículo y absurdo. Por eso, el documental respondió más bien a la historia de los acontecimientos, las sensaciones”. Este recorrido se da por medio de una serie de fragmentos de películas, como la audaz Octubre (1927), de Serguéi Eisenstein, o su obra maestra El acorazado Potemkin (1925), en la que llevó al extremo su experimentación visual, en sintonía con la vanguardia creativa y política de la época; Good Bye, Lenin! (Wolfgang Becker, 2002); y la magistral La mirada de Ulises (1995), de Theo Angelopoulos, con una de sus escenas más recordadas: una larga toma de un barco que lleva la enorme estatua de Lenin,desmontada en piezas para venderla a un coleccionista particular, en la que tensiona el símbolo derruido del comunismo por medio de su propia transformación, mientras el protagonista (Harvey Keitel) se cruza con exiliados, atraviesa lugares arrasados por la revolución y la guerra.
A esto se suman bailes del ejército ruso, imágenes de África a fines de los años 30, protestas catalanas, referencias a Walter Benjamin, “No nos moverán”, de Joan Báez, y maravillosos hallazgos, como una imagen sobre la diligente mujer trabajadora soviética que ilustra esta nota.
La otra España
Consultado sobre el contexto de censura –de obras y artistas– que se ha dado recientemente en España, Barja dice que fue una práctica sostenida hasta hace poco tiempo, pero que ahora está cambiando: “Esto se explica porque ha habido un gobierno absolutamente reaccionario, que se comportó como un virreinato que gobierna en nombre de los intereses de grandes grupos de presión, que definen cuándo hay una crisis y cuándo no”.
Entre estos y otros desafíos, el Círculo se ha convertido en un centro de referencia, en el que pueden coincidir una exposición sobre Georges Perec, un concierto de Jane Birkin, un congreso sobre Fernando Pessoa, o Juan Gelman leyendo un fragmento de El Quijote–como sucedió hace unos años–. ¿Cómo se da el diálogo entre estas actividades y cuál es el disparador central de la programación? Depende de cada evento: “En el caso de artes plásticas trabajamos con tres años de antelación; si no, es imposible trabajar en serio. Y en el caso de cine, seis meses o un año. Hay varios modos de llevar un centro cultural, que se define por lo que no es (no es una biblioteca, por ejemplo, y tampoco es un museo). En nuestro caso tenemos cine, teatro, salas para música y 15.000 metros de espacio expositivo. Me interesa más hacer una exposición como El gran río, y que al mismo tiempo se organicen conferencias, se monten debates que luego se editen como libro, y durante todo el año se programe una serie de películas y documentales sobre rebeliones. Esto podría haber acabado como una fiesta de las rebeliones pero esa nunca fue la idea, porque cada uno debe tener su posición. Por eso, el catálogo incluye un capítulo escrito por un historiador, pero predominan textos filosóficos y literarios. Para hablar de ‘liberación’ hemos utilizado un poema de 1964 de Pier Paolo Pasolini, que se llama ‘Profezia’, y es increíble su capacidad visionaria, porque describe las migraciones en barca de los norteafricanos hacia Italia y España”, como si se tratara de las descarnadas escenas de migrantes que nos llegan a diario.
La propuesta central es producir reflexión. En su caso, se opone al concepto de gestión cultural porque cree que, si bien es necesario gestionar, esto se trata de una intervención. “Pensamos que para tener un centro fuerte era importante producir eventos que tuvieran más duración y que pudieran discutirse en distintos niveles, desde uno más sencillo, como es una conferencia, hasta otros más elaborados, como exposiciones y catálogos; para esto también tenemos la revista Minerva, y todo se monta después en la web. Así es como cruzamos eventos únicos con una multiplicidad de eventos en distintos formatos, como las más de 100 producciones que hicimos en video. A fin de cuentas, la cultura es una y me interesa muy poco la cuestión de género; sí, en cambio, la idea de la temporalidad”.